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ÁVALOS, 100 AÑOS

El día 3 de enero de 1998, publicaba yo en HOY un artículo sobre tan ilustre paisano, con el título de “Si Juan de Ávalos hubiera muerto…” Allí escribí: “Camina hacia los 87 años, conduce su propio coche durante cuatrocientos kilómetros sin que la próstata le apriete y tenga que parar… Es un académico que madruga pero… trabajó en el Valle de los Caídos. Y a estas alturas del siglo y de nuestra propia historia, cuando hemos celebrado veinte años de la reconciliación nacional, algunos parecen querer seguir fuera del tiempo y desfasados”. Pensaba yo entonces que si Ávalos hubiera muerto se le habría brindado el homenaje que a mi parecer Extremadura debe a tan singular figura. Pero yo, como la paloma de Alberti, me equivocaba, creí “que el mar era el cielo, que la noche la mañana”, porque tras aquel día de su muerte el 6 de julio de 2006, seguimos siendo tan indiferentes, o algo peor, con tan peculiar picapedrero, como a él con humor le gustaba motejarse. Sobre su limpia cabeza de patricio emeritense pesó siempre la dura cruz de las dos Españas. Tuvo uno de los primeros carnés del partido socialista, se confesó siempre como tal y republicano, pero, aunque sólo estuvo en El Pardo una vez, había sido elegido para esculpir el Valle de los Caídos.

El BOE núm. 208, de 27 de julio de 1942, dice: “Según la orden firmada por el ministro de Educación señor Ibáñez Martín, don Juan de Ávalos y García-Taborda, queda depurado por falta de confianza al no ser afecto al régimen”. Así que se exilió a Portugal en 1944, llevándose sólo con él un busto de Manolete, que le había realizado cuando ambos compartían pensión y el torero alquilaba sus trajes de luces.

Una noche le vi clamando ante la vieja Mérida, en las gradas del teatro romano, al contemplar una representación zafia y “vanguardista”. En esto coincidía con el profesor Francisco Rodríguez Adrados, presidente de la sociedad de estudios clásicos, cuando se quejaba de que el Festival estaba perdiendo su genuina finalidad. Amaba su tierra y su significado.

Ni museo verdadero, ni la publicación de una biografía completa, ni jornadas para profundizar en la rica peripecia humana de este personaje que hoy cumpliría cien años. Silencio y silencio han seguido tras su muerte. Yo, en efecto, me equivocaba.

Llovía en Almendralejo el día 20 de octubre de 2001, era de noche e inaugurábamos una exposición bajo el título de “Juan de Ávalos, 90 años de un clásico”. Conversábamos con él Juan Carlos Timón, Isidro Álvarez y yo mismo. Y allí, junto a la grandeza de su obra, la llaneza del hombre. Como caminante que divisa lo andado y con la firmeza cervantina al poder decir “yo sé quien soy” frente a los azotes de un lado y de otro, hablaba el académico con la moderación que sólo regala la experiencia; con ese decir que con insistencia recomendaban los griegos al recordar que “nada de excesos”. Bajo los arcos chorreando de aquel claustro, sus palabras eran sabiduría y sedante frente a las murmuraciones que soportó de esos que ni siquiera perdonan a los fantasmas de la fabulación. Esos necios para quienes ni siquiera la muerte es bálsamo que aplaca esa obcecación tan nuestra, tan hispana, que gusta alimentarse siempre del ajuste de cuentas.

Feliciano Correa

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